Por Juan Terranova
Viernes 16 de noviembre de 2012.
Lady
Gaga. The Born This Way Ball.
Estadio River Plate.
Cuando estuvo
en River, Roger Waters usó grabaciones y pistas que hoy son habituales en los
megashows. De Lady Gaga era esperable. ¿Quién de los dos es el artista
comercial? ¿Quién el que denuncia la opresión indiscutible de nuestra sociedad?
Como fuere, la cantante baila y se mueve en una sola noche lo que Waters no
bailó ni bailará en su vida. Hay, digamos, otra entrega. En la estética, lo que
se vio el viernes 16 de noviembre en River también resulta diferente a las
inclaudicables versiones de The Wall. Aunque lejanamente emparentado, y
compartiendo un espacio desde todo vista complejo de llenar y dominar, este The
Born This Way Ball prometió y mostró despliegue, sonido compacto y un esmerado
show visual y coreográfico. Los speechs de la anfitriona me sorprendieron más
que los estrafalarios sombreros. Habló con soltura, a veces incluso por afuera
del guión. Se comunicó e interactuó con su público a partir de manifiestos
fragmentarios, arengas, breves discursos improvisados o no que transmitían la
idea central: la experiencia, o sea, la existencia intensa, nos llega cargada
de contradicciones y tiene un costo. Mientras afuera la reventa se ponía
agresiva, Lady Gaga se tomó un momento para decir que sabía que los precios de
las entradas eran caros, agradeció la concurrencia y dijo que iba a dar un show
inolvidable. Nos es un gesto habitual que el artista hable de dinero en este
contexto. ¿La necesidad de pensar para liberar el cuerpo? ¿Género y conciencia?
Con plateas que empezaban a ranquear a partir de los mil pesos, el estadio
lleno también hablaba del bienestar kirchnerista. Mientras tanto, la
incorrección política de Lady Gaga es bastante políticamente correcta. Incluso
en sus transgresores vestuarios hay una confirmación. Lo que emerge es el
negocio del rock. Sin embargo, la Madre Monstruo se anima a más y muestra réplicas
realistas de armas de fuego llegando, en un momento, a empuñar una no demasiado
estilizada ametralladora. Viejos lectores del Pato Donald podría señalar gestos
marciales, fascinación por las botas de fascismo, denunciar alienación e
incluso advertir sobre un no demasiado oculto mensaje militarista. Ese aporte,
mogijato, no sería útil para entender este arte de estadios. Todo es mucho más
complejo. El caballo negro del principio, su desfile medieval, no impide que en
medio del show, la cantante se transforme en parte de una moto y sea montada,
nada menos, que por una de sus coristas. Hay humor, entonces, hay carnaval,
pero no carnaval carioca, carnaval de carne, inversión de roles. (Todos jugamos
al carnaval, pero no todos nos travestimos.) Al mismo tiempo, la propuesta
genera una rara oferta kidult. En River se veían freaks, marginados de las
capas medias, gays livianos, pero también niños, chetos, consumidores
extemporáneos, concurrentes a discotecas de Pinamar. Apocalípticos e
integrados, entonces, aspiracionales consumidores de programas de chimentos y
YouTube, todos hermanados en el deseo de tener un teléfono operativo que les
permita sacar fotos y subirlas enseguida a la red. Esta especie de rejunte
facebookero, ¿asumía como propias partes diferentes del show, o tomaba lo que
venía en bloque y disfrutaba de la escena de cunislingus seguida de muerte
tanto como del bombo en negra y las melodías pegadizas? El Born this way ball
puede incluir escena de s/m, un manifiesto por la diversidad, diseños de
vestuario que acercan, una vez más, lo exclusivo a las masas. Todo para reafirmar
que el wagnerianismo como concepción del mundo y el arte no se extinguió. Lady
Gaga no es Madame Bovary, ni es Dulcinea, pero, con la máscara y la autoridad
de Brunilda, a ellas les habla. Nos habla, admitámoslo, a todos porque, en su
amasijo de evocación libertaria, flirt antirelativista con el autoritarismo,
placer compulsivo y ubicuidad tecnológica, constituye un signo de nuestros
tiempos.
En un mes
llaga Madonna con su World Tour 2012, pero solamente alguien muy distraído
puede confundirlas. Pese a la afinidad en los sonidos, en las melodías, Gaga
canta otra cosa, otra letra. Madonna habla poco del monstruo, y como mucho lo
fornica dentro de un repertorio de pruebas. Lady Gaga intenta encarnarlo. A
veces incluso lo logra. Se
anima no solo a la violencia por subversión, sino que bordea y coquetea con lo
teratologico. Se trata de un estadío superior del pop, hecho aquí y ahora, como
no podía ser de otra manera, con las hilachas reorganizadas de la tradición.
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